Andrea

Me encontré con Jorge, después de mucho tiempo y como yo esperaba, me preguntó por Andrea.

–¿Mantienes tu amistad con Andrea? ¿Sigue bien?

–Está estupenda, guapa, fuerte y absolutamente normal, le contesté.

–Pero entonces, tú que lo viviste tan de cerca ¿qué fue lo que pasó? –me preguntó Jorge– y añadió:

–¿Crees que pudo darse esa especie de milagro? ¿Qué fue eso de la estrella?

–Creo que ese prodigio ocurrió –contesté– aunque no fue una estrella. Muchos creen que todo lo que brilla en el firmamento son estrellas salvo la luna, y el sol, que sí lo es. Fue un hecho natural y frecuente de los planetas de nuestro sistema solar, que no son estrellas, pero también brillan. No sé cómo, ni qué o quién lo hizo, pero ocurrió, y si Andrea, cuenta que fue así, así debió ocurrir, aunque ella tampoco pueda conocer la naturaleza de los hechos.

Amigos desde muy niños, sé muy bien la gran importancia que, para Andrea, tuvo desde su infancia la personalidad de su padre, Andrés, fascinado y enamorado de la inmensidad que vemos cuando de noche dirigimos la vista hacia el cielo.

Era un gran observador de esa incomparable belleza que la componen planetas, estrellas, galaxias y constelaciones, cuyos límites se nos escapan. Le contaba a su hija Andrea, todo lo que sabía de ese infinito desconocido que nos convierte en nada. Y Andrea, me lo transmitía a mí con una gran excitación, convencida y deslumbrada por ello.

Padre e hija creían en la existencia de seres, tal vez distintos a nosotros, que habitarían planetas lejanos. Como también creía que en el mundo que habitamos los humanos, no somos los únicos. Lo compartimos, le decía Andrés, con un universo de luces y sombras, ocupado por un sinfín de otros seres invisibles, mágicos, inmateriales y extraordinarios.

Estos seres incorpóreos, pueden influir en las vidas y destinos de algunos humanos mediante hechos asombrosos que no llegamos a entender. Así lo creía Andrea, y quería que yo lo creyera. Me decía que hablaba con ellos y que por las noches le contestaban a través de sus sueños. Y que sabía que siempre le contestaban, porque cuando no les hacía preguntas sus sueños eran otros. En la vida de Andrea, eran tan importantes como todo lo visible que ella pudiera ver y tocar.

De niños, nada nos divertía más que hacer carreras al amanecer y durante el crepúsculo, desde un lugar que elegíamos hasta alcanzar el mar. Se decía que, Andrea tenía una enfermedad en los huesos, aunque era rápida en la carrera y esa enfermedad no se notaba. Pero un día ocurrió algo.

Salimos a correr después de ocultarse el sol. Andrea, sabía por su padre que esa noche tendría lugar una excepcional conjunción de tres planetas, Júpiter, Venus y Saturno. El cielo estaba salpicado de nubes que lo parcheaban y hacían más difícil su observación. Desde el comienzo de nuestra carrera, Andrea, como siempre, iba por delante de mí, hasta un momento en que, sin detenerse, la vi alzar su mirada hacia el firmamento, y tras unos segundos, caer y rodar entre gritos. Cuando la alcancé, estaba en el suelo y lloraba de dolor; con las manos sujetaba su pierna derecha rota y angulada en su mitad. La acomodé como mejor pude y corrí a buscar ayuda. Esa noche ingresó en el hospital, y tras las pruebas, le escayolaron la pierna derecha fracturada.

Al día siguiente, cuando pasó el médico, su padre y yo acompañábamos a Andrea. Al terminar de examinarla, el doctor hizo una seña a Andrés para que lo acompañara afuera. La puerta de la habitación quedó entreabierta y los dos pudimos oír lo que hablaban. El doctor le explicaba que Andrea, padecía una enfermedad en los huesos que dificultaba y retardaba la curación de las fracturas, que se seguirían produciendo a lo largo de su vida, porque esa enfermedad no tenía curación. Añadió que debía evitar cualquier riesgo y vivir llena de cautelas.

Cuando me volví hacia ella, brotaban lágrimas de sus ojos que, al deslizarse por sus mejillas borraban la sonrisa que, como un adorno de su rostro, rara vez desaparecía. Incluso dormida, sonreía.

Así estuvo, triste y callada, durante una semana. Pero una mañana al visitarla, la sonrisa había vuelto y alrededor de sus ojos brillaban diminutos puntos de luz.

Me contó que, desde hacía algunos días, soñaba con un anciano de cabello y barba blanca que, sentado en una mecedora de su jardín, se mecía en sus pensamientos. Que cada noche alguien la visitaba sin abrir la puerta. No podía distinguir quién o qué era. Solo una sombra transparente y un susurro incomprensible de sosiego. Una sensación ingrávida recorría su pierna rota y los dolores desaparecían. Después, dormía durante muchas horas.

Me miró y se sonrió:

–Te lo he dicho muchas veces y no me crees. Les he pedido ayuda y me han escuchado. Cada día me encuentro mejor, no tengo dolor y quien me visita cada noche me está curando– me decía.

–¿Seguro que no son solo sueños? le preguntaba yo.

–No lo son, lo sé– me contestaba.

–¿Se lo has contado a tu padre? le pregunté.

–Sí, y ha sonreído. Ha dicho que, si sigo mejorando de esta manera, hablará pronto con el médico, aunque no sabe si le hará caso– me contestó.

A continuación, subió su voz y dijo:

–¡Mira esto!

Saltó de la cama sobre su pierna sana y comenzó a mover la escayolada en todas las direcciones sin notar ninguna molestia ni más dificultad que el engorro de la escayola.

Mi sorpresa la hacía reír.

–Incrédulo, incrédulo –me decía entre carcajadas en el momento de entrar su padre.

–¡Andrea, vuelve a la cama por favor! le dijo con esfuerzo para no contagiarse de la risa de su hija.

Dejó pasar unos días al cabo de los cuales, Andrés, tuvo una entrevista con el médico.

A pesar de la demostración de Andrea ante el doctor, éste se mostró escéptico, pero aceptó repetir las radiografías.

Tras revisar las nuevas y compararlas varias veces con las previas, su gesto se convirtió en asombro. En las recientes no se veía la fractura.

El doctor retiró el yeso con desconfianza. El aspecto normal de la pierna de Andrea, lo desconcertó.

Los titubeos sustituyeron a su escepticismo.

También habían desaparecido las imágenes anómalas que previamente se veían en otros huesos de Andrea. No había rastros de la enfermedad.

Andrea creció sin sorpresas.

Actualmente es Master en Astrofísica y con mucha frecuencia su padre se reúne con ella ante el gran telescopio que le regaló su padre, por el que pasean entre las estrellas y sus sueños. 

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